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OPINION

La grieta de los dogmáticos y unas elecciones intermedias que definen demasiado

La gravedad de la situación impone la búsqueda de una nueva política y ese desafío exige el final de lo viejo, de lo que fue quedando vacío de sentido

La democracia se expresa entre adversarios, entre enemigos se cancela el futuro común. Hoy, ambas tribunas de la grieta albergan dogmáticos que creen posible la eliminación definitiva del mal que, según su apasionada demencia, está encarnado en el otro. Unos sueñan destruir neoliberales empleados de los bancos y los otros, a populistas que les cuestionan la propiedad y la libertad. Detrás del denostado populismo se esconde la virtud de lo popular, los del otro lado de la grieta solo defienden la libertad de la propiedad o, mejor dicho, la filosofía del egoísmo en su mayor expresión.

Necesitamos compartir un proyecto y diferenciarnos en los acentos porque hoy no tenemos rumbo, solo pasión por confrontar, una sofisticada manera de asumir el fracaso y eternizar la derrota. Hay abundancia de guerreros uniformados, muy pocos patriotas soñando con recuperar lo común compartido. Sicarios rentados denuncian al peronismo, al neoliberalismo, al Santo Padre, a los judíos, a cada uno por orden de aparición.

Hace muchos años uno de nuestros primeros sociólogos, José Luis de Imaz escribió un ensayo cuyo título mismo definía su objetivo. “Los que mandan”, fue un éxito importante donde el bisturí de las nuevas ciencias sociales describía a fondo la realidad de nuestra sociedad. Tiempos en los que todavía no imperaban las encuestas, tampoco la miseria y la inseguridad.

Tiempos de pasión por la lectura que convocaba al debate, donde todavía las ideas y los pensadores tenían más vigencia que el dinero, donde los ricos necesitaban del golpe de estado para poder conducir los destinos colectivos. Qué lejos estamos de aquellas dirigencias, sus raíces eran las viejas familias y los nuevos sectores productivos, la herencia, el talento y el esfuerzo. Las riquezas no se habían concentrado y en consecuencia todavía los pobres no se habían multiplicado y los caídos no habían llegado a marcar el paisaje del dolor cotidiano.

De Imaz fue importante por iniciar el camino de una sociología nacional y mostrar la constitución de nuestra clase dirigente. Éramos una sociedad con proyecto productivo e integrador, una realidad todavía no invadida por el pensamiento de los enamorados del Imperio de turno, por los gestores de esta nueva vocación de ser colonia. Años antes, Marco Denevi había analizado las diferencias entre inteligencia y viveza, esa triste degradación que surge cuando la codicia deforma al hombre que termina adorando al “becerro de oro”. Hemos terminado instalando la idea que “las instituciones” son el eje de una sociedad, dejando la integración social y la justicia distributiva en las manos del albur.

La viveza fue construyendo una dirigencia hilvanada por la complicidad, una dirigencia política unida por los negociados y distanciada por supuestas pasiones, digo supuestas ya que las ganancias constituyen el único objetivo de su deseo. Y actúan como una sola clase, siendo lo esencial los intereses que los unen y lo secundario los cargos formales que los separan.

Hay inocentes que compran la confrontación como si ella dividiera buenos de malos, como si la política diferenciara intereses individuales de los colectivos, como si pudiéramos optar por un verdugo o una víctima, ciegos de esa cruel y palpable realidad que los une en los beneficios reales y los separa en la formalidad discursiva. Hay un atroz testimonio de la corrupción compartida, los cambios de gobierno no alteran las rentas de los negociados permanentes, ni los desarticulan, solo cambia el receptor de la coima acordada.

Distinta sería la política si alguno de sus actores formulara seriamente un modelo capaz de devolvernos la esperanza, esa virtud que perdimos desde el comienzo de la caída en la nada.

El Gobierno corre graves riesgos de enfrentar una derrota que, para el kirchnerismo y su vanguardia, La Cámpora, puede ser un final definitivo. En la oposición Rodríguez Larreta jugó como si el radicalismo continuara ocupando el lugar de aliado obediente. Todas sus movidas denotan pequeñez de mirada y objetivos, ignorancia política y apresuramiento de aficionado.

Gerardo Morales, desde Jujuy le respondió con dureza, haber derrotado a Milagros Salas en la Justicia y en las urnas impone una visión de futuro mucho más sólida que la de administrar las riquezas porteñas. Los radicales no solo juegan el poder real a nivel nacional, lo enfrentan en todos y cada uno de los distritos electorales. Los errores de Macri no se olvidan viajando a Europa, se deben pagar en moneda de poder, en puro oficio político. El poder porteño, tiembla en sus dos figuras centrales, Alberto deberá hacerse cargo del fracaso oficialista, Horacio arriesgó demasiado y es muy probable que deba ceder su lugar de “promesa futura”.

El presidente equivocó su política exterior y sólo acertó con Bolivia. Macri desnudó en la crisis de Bolivia el amor de su grupo por los golpes de Estado. Demasiada historia de las asonadas militares como para no haber dejado marcas en el ADN de la derecha que se imagina la gran defensora de las instituciones. Elecciones intermedias que definen demasiado, el riesgo del fin del kirchnerismo y la primacía del Pro, de Cristina y de Macri a la vez, ambos arriesgando su propio fracaso definitivo.

La crisis guarda esas rarezas, anticipa la culminación de los legados en la desasosegada imagen de sus mediocres sucesores. La gravedad de la situación impone la búsqueda de una nueva política y ese desafío exige el final de lo viejo, de lo que fue quedando vacío de sentido. Cristina Kirchner y Mauricio Macri están hoy cercanos a vivir su final: el de Macri ya está sellado, el de Cristina es terapia intensiva, pero con difícil pronóstico. La sucesión de errores no fortaleció a los fundadores, los dejo peor ubicados que si hubieran actuado en persona.

No sabemos que será lo que nace, de lo que muere nos sobran datos. Es ya tiempo de pasar de las acusaciones a las propuestas, de debatir las ideas más allá de los odios y los miedos. No hay otra salida que ponerle pasión a la cordura y asumir que se agotaron las ilusiones de encontrar un mañana en la demencia. Ningún desafío en la vida puede tener la fuerza del de recuperar el rumbo colectivo. Apostemos a que resurja la esperanza más allá de las burocracias y los negociados en juego.

Por Julio Bárbaro
Politólogo y Escritor. Fue diputado nacional, secretario de Cultura e interventor del Comfer.