Cristina y Macri ya no tienen nada que aportar
En nuestro complejo presente, la política es aquel espacio que la codicia le deja libre al fanatismo, esa moderna ignorancia del otro. Nadie puede admirar a Cristina Kirchner o a Mauricio Macri, salvo desde una deformación de la realidad. En ambos casos, sería tan solo un fanatismo de la mediocridad. Obligada ceguera que implica una negación profunda de la realidad pasada y actual.

Macri regresó más gris que antes del silencio -si eso fuera posible- y lo hizo buscando culpables en la política, en aquellos que no formaban parte de su curioso círculo íntimo, de su entorno, de su preciado comando de derrotas que tan eficiente había sido en su logro. Recuerdo que en los tiempos en que lo apoyé, se aburrió de decirme que debía afiliarme al PRO.
Su insistencia significaba su incomprensión, su desconocimiento de la libertad que precisamente requiere que, de haber adhesiones, éstas sean críticas. Dos veces me dijo que conmigo sentía su fracaso, ya que yo seguía siendo peronista. No pude hacerle entender la política, ese espacio donde los hombres pueden apoyar sin traicionar, en la misma medida en que quien gobierna sea coherente. En las empresas, hay patrones, él lo es; intentaba llevar esa cosmovisión a la política, para degradarla en un mundo de dependientes.
Cristina, por su parte, mostró un talento al desplazarse que luego hipotecó en el capricho de modificar la justicia mientras el gobierno al que pertenece no logra decidir cómo encaminar a la sociedad.
Macri no entiende, Cristina no quiere, o quizás no puede vencer sus rencores. Y sus seguidores son dogmáticos que necesitan negar las limitaciones de sus jefes, no pueden ser libres.
Vivimos el triste fracaso de la izquierda progresista latinoamericana en su postrer disfraz de peronismo, cuando éste nada tiene que ver con los restos de izquierda que intentan explicar todo como fruto de una conspiración de la derecha neofascista, de esa “derecha” que ocupa el espacio del mal. Escuché a un periodista de un canal oficialista decir con certeza, “la derecha no soporta el éxito del gobierno popular”.
En los parques de diversiones de mi infancia existía un inocente truco denominado “los espejos deformados”, donde uno se reía a carcajadas de su propia absurda imagen. La mediocridad del gobierno se asemeja a la de la oposición, con excepciones, muy pocas. Son contados los que tienen conciencia de los riesgos que atravesamos e intentan ser responsables, aportar una propuesta, salir de la eterna crítica.
El Presidente bajó el tono frente a los manifestantes, aunque luego fue triste verlo en una entrevista muy parecida a un examen enfrentando a un remedo de la vieja KGB. No hay discurso, rumbo, objetivo, proyecto, esa mística que le otorgue sentido al destino nacional. El cachivache ideado para analizar los discursos que no les gustan ni a unos ni a otros produce exceso de vergüenza ajena.
El poder no corrompe, delata. La decadencia tiene sus secuelas y así, los ministros se degradan en el mismo transitar de sus fracasos. El gobierno organizó una cuarentena donde son libres los que tienen casa, coche y tarjeta, y al imposibilitar el transporte público, dejó sin opción a quienes ni siquiera pueden aislarse. Esto agravó la destrucción de la economía sin que podamos evaluar aún los logros en salud obtenidos a cambio.
El Presidente habló en IDEA, un gesto importante que jamás aceptó el kirchnerismo. Se explayó sobre el virus, un tema ajeno; justificó sus diferencias con la justicia, un gesto negativo; asumió el capitalismo, necesario, pero no dijo nada de las ocupaciones de tierras y la propiedad privada; un error grave.
Los funcionarios aburren viendo posiciones de derecha en toda crítica, cuando nada de lo que hacen, salvo algunas provocaciones los definen como justicieros o de izquierda. No son peronistas ni lo quieren ser, solo lo aceptan a la fuerza. Desconocen la autocrítica, solo acusan a Macri -quien a su vez es incapaz de hacer la que le correspondería más que con creces-, tienen sus razones, aunque nunca reconocen sus fracasos, y conservan un sector enfermo de resentimiento que se sueña revolucionario y es tan solo prebendario.
Fracasaron en muchos aspectos; sin embargo, van avanzando en asumir la realidad. Sin un proyecto claro, el pragmatismo los obliga y les regala un rumbo.
Cristina y Macri ya no tienen nada que aportar, y lo nuevo tarda en surgir.
Nos queda, por el momento, esa ilusión fundacional.
Por Julio Bárbaro