Por necedad ideológica, la inflación sigue vigente
¿Cómo es posible que un problema solucionado en tantos países siga acá golpeando nuestras vidas? ¿La dirigencia es tonta o tiene algún interés detrás? Según Erich Fromm, tendemos a creer que la única forma que existe para hacer las cosas es como solemos hacerlas usualmente; que esa es la forma natural.

Tan bien asumido está ello que se vuelve inconsciente; más precisamente, inconsciente social. Así, pensamos que estamos actuando según nuestro propio juicio, pero en rigor estamos siguiendo órdenes que estamos acostumbrados a seguir. Y no lo notamos.
La afirmación de Fromm se asemeja mucho al concepto de ideología. Y a la comodidad o conveniencia de sujetarnos a ella. Acá está la respuesta a por qué seguimos respondiendo de la misma manera frente la inflación. Lamentablemente, la dirigencia reduce el concepto de estabilización a una mera cuestión de precios. En lugar de focalizarse en la raíz del problema, se aboca a apaciguar las consecuencias.
La más cómoda y la más aceptable en términos políticos, en una sociedad prisionera de antiguas creencias.
La estabilización no es un índice de precios. Es mucho más que eso. Por sobre todo, es el resultado de una forma de administración del Estado, diametralmente opuesta a la que, desde hace varias décadas, rige la economía.
La administración del Estado debería privilegiar la disciplina fiscal y monetaria. Claro que ello exige apartarse de las tentaciones populistas o distribucionistas, que buscan resultados inmediatos, que a la larga acentúan los problemas existentes.
El Estado prebendario, sostenible en el tiempo merced a la capacidad productiva de pocos sectores donde el agro opera como actor principal, es obligadamente deficitario y sus desequilibrios son financiados mediante emisión, créditos externos y títulos públicos al mercado interno.
Si el Gobierno no sale de la zona de confort, continuaremos por la senda de la degradación. Ello exige terminar con la emisión alocada y dejar de ceder a la presión de los grupos de poder, como es el caso del sindicalismo o de las industrias privilegiadas. Y centrarse en el aumento de la demanda de dinero para que su velocidad de rotación se reduzca.
Es decir, generar confianza social en la autoridad monetaria, para mantener la capacidad adquisitiva del peso argentino, mediante la aplicación de un plan económico focalizado en el gasto público.
Para terminar con la inflación, hay que atacar la raíz. Pero no es tan fácil porque, como el alcaucil, está recubierta de capas de hojas superpuestas. A estas capas se ha responsabilizado, por décadas, del fenómeno inflacionario, bajo la influencia de la escuela económica estructuralista latinoamericana.
Así, se confunde lo que son consecuencias, que a su vez constituyen fenómenos de propagación o potenciación, con la causa. La lucha por el salario nominal, la teoría de la inelasticidad de la oferta, la distribución sectorial del ingreso y la inflación de demanda son las principales capas que ocultan la génesis de la cuestión que, en definitiva, se resume en la pérdida de valor de nuestra moneda y la consecuente huida de esta por parte de la gente.
Estas capas constituyen el espacio del engaño para mantenernos en la zona de confort o de conveniencia. No se trata de obviar su importancia. Sí se trata de ir a la raíz.
Ojalá grabemos en nuestra mente aquella frase de Einstein: “No esperes resultados diferentes si siempre haces lo mismo”.ß
Economista, profesor de Ucema
Manuel Alvarado Ledesma