Nueva Nota
Es tiempo de repensar el peronismo y su rol en democracia, debatiendo ideas libremente, sin prepotencia ni autoritarismo, evitando descalificar a los compañeros que piensan distinto como “traidor” o, algo peor, “mal nacido”. La democracia no se reduce al acto eleccionario cada dos años; es una forma de convivir pacíficamente en la diversidad dentro de un Estado de Derecho, con división de poderes, garantizando especialmente los derechos de las minorías.

“El peronismo es una ameba que cabalga sobre la historia”, según Antonio Cafiero, que algo sabia al respecto, aludiendo en su definición al organismo animal protozoario, cuyo nombre proviene del griego y significa “cambio”, precisamente, que se caracteriza por la mutabilidad de su aspecto, para explicar las distintas formas en que se presenta y reproduce el peronismo en las diversas etapas de la historia, reivindicando siempre en su esencia las banderas de la justicia social, la independencia económica y la soberanía política.
A su vez Perón, cuando se lo criticaba por algunos personajes de su entorno, decía que el justicialismo debía ser la gran casa que contuviera a todos, para cuya construcción se necesitaban buenos ladrillos que se elaboraban con “parte de bosta”. El problema fue que no pocos dirigentes, con su “ortodoxia” para interpretar las palabras de Perón, se afanaron invirtiendo la proporción. Y así el edificio tuvo, casi siempre, un final escatológico al llegar al poder.
A propósito, no se puede negar que el kirchnerismo y el menemismo, en ese orden, comparten el podio de los gobiernos con más denuncias por corrupción de la democracia desde el año 1983. El latrocinio permitió el escandaloso enriquecimiento ilícito de los funcionarios públicos, tipificándose sus conductas en el reproche y la sanción previstos en el artículo 36 de la Constitución Nacional reformada en el año 1994.
Tanto el menemismo como el kirchnerismo constituyeron expresiones patológicas del peronismo, verdaderos estigmas para los que, en la militancia, dejaron “jirones de sus vidas”, y la vida misma, al decir de Evita, la mujer más grande y emblemática del peronismo. Solamente una clara voluntad de consagrar una ética integral permitirá borrar tales estigmas generados por los corruptos que al dejar sus cargos se fueron de las oficinas tomando hasta el agua de los floreros. La “década ganada” dejo al país con graves problemas económicos, niveles de pobreza y el narcotráfico diseminado en las estructuras del Estado, incluidos fiscales, jueces federales, fuerzas de seguridad y policiales. El movimiento de masa más importantes de Latinoamericana sembró de mártires y victimas el país, sobreviviendo a bombardeos, fusilamientos, persecuciones, proscripciones, dictaduras y terrorismo de Estado, sin conocerse jamás que militantes alguno se haya enriquecido ilícitamente, ni mucho menos participara en el narcotráfico, más allá de los errores políticos que pudieron haber cometido.
En memoria de tantos compañeros honestos sacrificados, persiguiendo utopías derrumbadas, no podemos sucumbir ante la corrupción y el narcotráfico, promovidos por los comensales sentados en la mesa servida del festín de la concupiscencia donde nos roban hasta el futuro, alfombrando el camino a la “mexicanización” de la Argentina, tal como nos advirtió el Papa Francisco.
Un peronismo renovado, que nunca más pacte impunidad para los delincuentes, debería ser conducido por dirigentes que encarnen en su persona los valores políticos y morales que devuelvan al pueblo la esperanza de que es posible modificar una realidad social injusta en favor de lo más desposeídos, creando las condiciones para la realización del ideal del ser humano libre, exento del temor y de la miseria. Son los valores que deben imponerse en la mutación de la ameba a que aludía Cafiero, si se pretende cabalgar sobre la historia actual.
Otro peronismo es posible, y así quedó demostrado con testimonios concretos en la defensa de quienes padecieron violaciones a sus derechos humanos perpetrados en el marco de la política sanitaria llevada a cabo en la provincia, destacándose la Dra. Gabriela Neme por haber sido centro de las más encarnizada represión del poder político y objeto de difamación que no respetan ni siquiera su condición de mujer, tal como nos ilustran las profusas y cobarde pintadas denigrantes en paredes y muros de la ciudad.
Por Pedro A. Velazquez Ibarra