Una oposición en marcha
El peronismo siempre hace gran alarde de su capacidad para movilizar multitudes. Es su manera de autohomenaje perenne a aquella primera manifestación “espontánea” del 17 de octubre de 1945, que marcó el inicio de ese movimiento, que el sábado próximo cumplirá 75 años.

El radicalismo alfonsinista de los años 80, las variadas expresiones piqueteras desde la década del 90 y, ya en este siglo, diversos “colectivos” (entre otros, los movimientos LGBT, “Ni una menos”, causas de derechos humanos, marchas docentes, ciertas manifestaciones de la izquierda, etc.) han desafiado ese monopolio callejero que pretende para sí el peronismo, aunque supo tolerarlos, especialmente cuando no estaba en el poder y era parte de la oposición.
En cambio, le genera enorme rechazo y desasosiego cuando esas marchas se organizan de maneras más amorfas y difusas, por fuera de estructuras partidarias y gremiales afines, y por sectores no peronistas e, inclusive, antiperonistas.
El experimento más curioso, y tal vez más remoto en ese sentido, fue en abril de 1990, cuando el periodista Bernardo Neustadt logró con gran éxito una complicada alquimia: que un peronista sui generis en el poder, como Carlos Menem, fuera plebiscitado por una multitud de no peronistas en la llamada “Plaza del sí”, frente a la Casa Rosada, para que concretara la reforma del Estado. Fue una suerte de metafórica transfusión de sangre ideológica que aquel presidente aceptó gustoso hacerse. Los manifestantes no eran los habituales, sino que primaba un decisivo componente de clase media y hasta alta. En los balcones de la Casa Rosada también había una mescolanza inédita de gente, desde dirigentes de la UCeDe, como Adelina Dalesio de Viola y Alberto Albamonte; personajes de la farándula como Gerardo Sofovich, Johnny Allon y Libertad Leblanc y, por supuesto, funcionarios del staff menemista, también Daniel Scioli (ahora embajador en Brasil) y Antonio Cafiero, abuelo del actual jefe de Gabinete, quien en su informe ante el Senado, el miércoles, dijo que la oposición “va camino a ser una ultraderecha”. Y, por eso, toda manifestación que de allí provenga será execrada y los medios de comunicación afines ridiculizarán y dejarán mal parados a sus asistentes, mostrándolos como tontos, autoritarios y “anticuarentena”.
Así, como entonces, los peronistas más ortodoxos observaron con desconfianza ese fenómeno autónomo que se les escapaba de las manos (la “Plaza del sí” fue un espaldarazo social para lo que sería durante casi diez años más el menemismo), con el paso del tiempo algo de aquella impronta inmanejable reapareció con nuevas formas.
En efecto, a partir del conflicto con el campo, en 2008, y luego con los sucesivos cacerolazos contra el último gobierno de Cristina Kirchner, miembros de la sociedad del todo ajenos a la política empezaron a ejercitar una gimnasia callejera que al principio fue más bien esporádica, aceleró un poco más con algunas marchas de apoyo autoconvocadas inorgánicamente desde las redes sociales por quienes miraban con simpatía al gobierno anterior. Después de las PASO, esa administración las sistematizó en las “marchas del Sí, se puede”. Aglutinando multitudes en distintos puntos del país, le sirvieron al presidente Mauricio Macri para achicar su distancia de manera sustancial con quién, de todos modos, triunfaría en las elecciones de octubre último, Alberto Fernández. La despedida, con otra multitud en Plaza de Mayo que llevó en andas a Macri, señaló un camino que lejos de terminar, empezaba. Y continúa.
Las protestas antigubernamentales que se vienen llevado adelante en fines de semana y, especialmente, en feriados patrios durante las sucesivas cuarentenas implican un grado aún mayor de sofisticación y persistencia. Al mimetizarse el nuevo gobierno con el extremo más belicoso del Frente de Todos (el ultracristinismo, al que, en definitiva, le debe su existencia), aquellas convocatorias de fines del año pasado han dejado en segundo plano su sesgo exclusivamente macrista para ampliar su base a todos aquellos que están alarmados por el declinar de principios republicanos elementales como la división de poderes, las tomas de terrenos (que cuestionan la propiedad privada), la creciente inseguridad, la economía desquiciada y el plan acelerado que Cristina Kirchner en persona ejecuta para aliviar su complicada situación procesal.
Por Pablo Sirvén