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A 20 años de un hecho histórico

Cuando la "Tigresa" Acuña empujó el nacimiento del boxeo femenino en Argentina

En un 25 de marzo de 2001, quedó marcado para siempre en el calendario deportivo nacional: se reglamentó la disciplina luego de años de lucha, donde la formoseña sería la primera campeona del mundo.

La formoseña Marcela "Tigresa" Acuña se metió en la historia grande de este deporte en nuestro país.Crédito: Web

Más allá de alguna exhibición protagonizada por Elvecia Cheppi en 1926 en Tres Arroyos y reconstruida por el periodista Julio Ernesto Vila en su libro El boxeo y yo, la historia del boxeo femenino nacional reconoce como punto de partida la pelea que Marcela Acuña perdió por puntos ante Christy Martin el 5 de diciembre de 1997 en el anfiteatro de Pompano Beach, 60 kilómetros al norte de Miami. Aquel fue el primer combate rentado en el que participó una pugilista argentina. Y se gestó en un estudio de televisión.

La Tigresa tenía 20 años en diciembre de 1996, cuando decidió abandonar el full contact (la disciplina que había empezado a practicar a los 7 y de la que era campeona sudamericana desde los 14) para probar suerte en el boxeo. Un detalle nada menor se interponía entre la formoseña y su objetivo: la actividad, legalizada para los hombres desde 1924 (tras 32 años de prohibición en la Capital Federal), no estaba reglamentada para las mujeres.

La primera claraboya, diminuta, se abrió a principios de septiembre de 1997, cuando Christy Martin, ícono planetario de este deporte, viajó a Buenos Aires para promocionar el boxeo femenino. El sábado 6 de ese mes, la estadounidense estuvo en el club All Boys presenciando la velada en la que el cordobés José Rafael Sosa venció al dominicano Rafael Torres por el título latino mosca de la OMB. Allí también asistió Acuña, quien logró acercarse a la campeona y saludarla. Marcela Acuña, pionera del boxeo en Argentina.

Apenas 48 horas después estaba cara a cara con la mujer que le servía como inspiración: la habían convocado para hacer una exhibición con Martin en el programa “Mediodía con Mauro”, que conducía Mauro Viale y se emitía por América. “Me invitaron porque era la única que andaba dando vueltas por las radios y los canales de televisión diciendo que quería boxear”, admite la Tigresa.

En un rudimentario ring montado en el estudio se hizo una improvisada sesión de guanteo. Lo que se había planteado como una exhibición de baja intensidad terminó con un fuerte intercambio de golpes y con la visitante indignada y con la nariz sangrante. Unos días después, Claudio González, el empresario que había traído a Martin a Buenos Aires, ofreció a Acuña una bolsa de 5.000 dólares para viajar a Estados Unidos a enfrentar a la pionera. Pese a que jamás había hecho una pelea de boxeo, ella aceptó.

Después de prepararse tres meses en Buenos Aires y aumentar 10 kilos, la formoseña hizo un buen papel, se repuso de una caída en el 10° round, terminó escuchando las tarjetas ante una rival que había logrado 26 de sus 33 victorias por nocaut y se llevó las felicitaciones de Don King.

Acuña volvió al país con el reconocimiento no solo del promotor de la velada, sino también de algunos medios que empezaban a hacerse eco de esta novedad. También trajo en su valija una copia del reglamento de la Comisión Estatal de Boxeo de Florida. Con ese documento se presentó en la sede de la Federación Argentina de Boxeo para abrir el debate. En esos días se reunió por primera vez con Osvaldo Bisbal, presidente de la FAB.

“Los dimes y diretes con Marcela Acuña comenzaron dos años y pico antes de que llegáramos a la reglamentación”, recuerda Bisbal, quien asegura que por entonces ya era partidario de la aprobación de la actividad y que debió pujar con la oposición de otros dirigentes y de periodistas especializados. “No había argumentos para sostener la prohibición. Yo siempre quise que se aprobara, pero no estaba dispuesto a hacerlo en dos días porque teníamos que elaborar un buen reglamento”, explica.

La parsimonia del dirigente a veces chocaba con el apuro de la Tigresa, que seguía entrenando sin que la posibilidad de combatir en el país apareciera en su horizonte. Por eso decidió viajar otra vez: en septiembre de 1998 volvió a Estados Unidos para enfrentar a la invicta Lucia Rijker, ex campeona mundial de kickboxing, quien había interpretado a Billie The Blue Bear, la última rival de Maggie Fitzgerald (Hilary Swank) en la película Million Dollar Baby, dirigida y protagonizada Clint Eastwood. La holandesa se impuso por nocaut en el quinto asalto

Unos meses después de aquella segunda experiencia, Acuña y Ramón Chaparro, su esposo y entrenador, tomaron una decisión que, a la larga, torcer el rumbo de sus vidas: vendieron su casa en el barrio República Argentina de la capital formoseña, una moto y algunos muebles, y se mudaron a Ezeiza (luego se trasladaron a Remedios de Escalada) junto con Maximiliano (6 años) y Josué (4), los dos hijos de la pareja.

“En 1997 y 1998 habíamos viajado algunas veces a Buenos Aires para saber cómo venía la reglamentación y me había dado cuenta de que las cosas no iban ni para un lado ni para el otro, el tema estaba dormido. La mejor opción era venir a vivir acá y tratar de ir una vez por semana a la FAB para ver cómo seguía el trámite y presionar”, sostiene la multicampeona. Bisbal, en tanto, asegura que “nunca hubo una guerra” con la formoseña, sino un trabajo sinérgico entre ambos: “Ella se reunió conmigo, conversamos, le expliqué la situación y desde entonces ella colaboró mucho con nosotros. Fue la líder en esto”.

Mientras el rostro y la voz de la Tigresa empezaban a ganar espacio en los medios, un movimiento incipiente y subterráneo comenzaba a acompañarla silenciosamente: pequeños grupos de mujeres desembarcaron en gimnasios de Buenos Aires y de otras ciudades del país para practicar boxeo.

Una de esas mujeres era Valeria Poldy Saldaño, hija mayor del legendario wélter tucumano Horacio Agustín Saldaño. Había empezado a entrenarse a los 18 años con Víctor Mastronardi en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires y de allí había pasado al gimnasio ubicado en el subsuelo del andén 14 de la estación ferroviaria de Constitución, donde trabajaba con Ramón La Cruz, ex rival y entrenador de su padre. Unos meses después la siguió Carolina, su hermana menor. Poldy Saldaño comenzó a boxear a los 18 años, cuando la actividad todavía no estaba reglamentada en el país.

“En Constitución empecé a aprender de verdad porque el ritmo de entrenamiento era otro. Y empecé a hacer guantes con chicos porque no había chicas”, cuenta Poldy desde Fuengirola, donde está radicada desde hace 16 años. De las sesiones de guanteo pasó a las exhibiciones en distintos puntos del país, aunque la falta de una reglamentación daba lugar a que se produjeran situaciones bastante irregulares. “Una vez hice una pelea con la Guapa (María del Carmen) Montiel y ella me llevaba como 10 kilos”, asegura.

Por entonces, su sueño de representar al país en una competencia internacional parecía una quimera. El 19 de febrero de 1999, la mayor de las hermanas Saldaño envió una nota a la FAB para solicitar una licencia amateur. La respuesta negativa llegó 12 días después: en ella se argumentaba que la Federación carecía “de la norma reglamentaria debidamente para la práctica del boxeo por parte de personas del sexo femenino” y que eso hacía que “la practicante no cuente con la debida seguridad”.

El organismo recordaba que solo 12 de los 196 países afiliados a la Asociación Internacional de Boxeo Amateur (AIBA) habían reglamentado el boxeo femenino y alegaba que ello se debía a “las tremendas dificultades legales, organizativas, de infraestructura, de control, de seguridad que los países del mundo entero encuentran en esa instrumentación”.

Ante el rechazo, Poldy presentó una nota en el Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (Inadi) para exponer su situación. En su búsqueda iba recogiendo adhesiones y apoyos. “El camino de las mujeres para lograr la real igualdad recién ha comenzado, pero las primeras tendrán la satisfacción de abrir la brecha para sus hermanas”, decía la nota que en julio de 2000 le hizo llegar la Asociación de Mujeres Jueces de Argentina, presidida por Lidia Soto, miembro del Tribunal Oral Nº 3 de San Martín.

Después de meses de espera, trabajo e incertidumbre, la FAB convocó a una conferencia de prensa para el viernes 23 de marzo de 2001. A las 19.20, Bisbal anunció la reglamentación del boxeo femenino, que habilitaba a las mujeres a solicitar licencias como amateur o como profesionales, y también a utilizar el gimnasio del organismo rector del pugilismo nacional, en Almagro. En el cuerpo normativo se establecieron como requisitos obligatorios el uso de protector pectoral (en el país todavía no había empresas que fabrican esos implementos) y la presentación de un test de embarazo negativo 48 horas antes de cada pelea.

Dos días más tarde, Marcela Acuña recibió la licencia número uno. Debido a eso, cada 25 de marzo se celebra el Día de la Mujer Boxeadora. Para la Tigresa, el verdadero trabajo comenzaba entonces. “Llegaba el momento de pelear, de demostrar y de convencer. Habíamos convencido a la dirigencia de la FAB y a algunos medios, pero faltaba convencer a una gran parte de la sociedad sobre el porqué del boxeo femenino. Sabía que iba a ser un trabajo muy difícil, incluso más que el de la reglamentación”, admite. (Fuente: Clarín Deportes)