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opinión

Sin asado y sin vacunas

El secuestro de la pequeña M hizo irrumpir en la escena pública el deterioro social y la marginalidad para exponer con crudeza sus marcas más extremas y penosas

La desaparición y desesperada búsqueda de una nena devino reality. La vida diaria de cientos de miles de argentinos, ese país profundo y devastado, el que preferimos no ver, ocupó las pantallas, se hizo mirar, impuso su presencia.
Esas innumerables almas que dan cuenta de nuestra brutal caída computadas como números en las estadísticas bajo la línea de la pobreza, la indigencia y la degradación social dijo presente, reclamó ser registrada.
La decadencia en su versión más dura, esa que raya en la marginalidad, que se bambolea en los bordes del sistema, ocupó el centro de la escena y a su paso arrastró, al menos por unas horas, los balbuceos presidenciales, las bravuconadas del flamante ministro Soria, las recurrentes diatribas de nuestra dirigencia tan soberbia como extraviada.
La historia de la pequeña M y su desarrapado secuestrador hizo su inesperado aporte a la conciencia colectiva.
El deterioro social y la marginalidad irrumpieron en escena para exponer con crudeza sus marcas más extremas y penosas. Fue como un grito desesperado. Allí están ellos y demandan ser tenidos en cuenta. Piden ser mirados por un Estado que se empalaga hablando de la vulnerabilidad y desconoce al mismo tiempo los derechos más elementales.
Familias enteras en la calle, viviendo en condiciones extremadamente precarias, cartoneando o recogiendo las migajas de entre la basura. Chicos sin contacto alguno con el sistema educativo, atrapados en situaciones de acoso y/o abuso intrafamiliar, subsistiendo a duras penas en un contexto de degradación y abandono. Indocumentados, gente que no registra el sistema, de identidad confusa y prontuario borroneado. Detenidos y liberados sin diagnóstico cierto. Entre la delincuencia y la enfermedad. Atrapados en un limbo que no distingue entre la perversión y el retraso madurativo. Descartables y descartados desde el vamos.
Este es el país que supimos construir y que pretendemos ignorar. Un inframundo omnipresente que palpita a nuestro alrededor y nos recuerda el fracaso de todo lo probado hasta aquí.
Con un 64% de los niños argentinos en la pobreza y un 15% de ellos chapaleando en la indigencia, de acuerdo al Observatorio de la Deuda Social Argentina de la UCA, vale preguntarse quién está en condiciones de tirar la primera piedra.
El revoleo de culpas que a diario practica nuestra dirigencia no hace más que demostrar que la ignominia no es solo económica. Una miserabilidad moral y discursiva campea diario en la conversación social.
Con el foco puesto en el año electoral, el pretendido final feliz del “caso M” terminó en un patético vodevil. Si lo que se vió y vivió fue un arrebato más de Sergio Berni o si se trató de un paso de comedia previamente libreteado resulta a esta altura intrascendente.
La raja interior que fragmenta a la coalición que nos gobierna dejó ver una vez más la fractura expuesta. Puede que el ego pese más que cualquier cuestión ideológica teniendo en cuenta los bueyes con los que se está arando pero el exabrupto del Ministro de Seguridad de la provincia de Buenos Aires no hace más que confirmar que los tiempos que vienen no son para los tibios. A los empujones, prepoteando, Berni retuvo, al menos por un rato más, el centro de las escena compitiendo en minutos de aire con Mauricio Macri.
La presentación del libro del ex Presidente que calentó el encendido de la TV en la tarde de este jueves, vino precedida por la invalorable campaña de varias editoriales que militaron censura empresarial sacando de sus anaqueles el volúmen alegando razones político- ideológicas . Con enemigos así, quién necesita tener amigos.
Pero la epifanía mediática del ex Presidente PRO sufrió un inesperado traspié: la Cadena Nacional con la que un demudado Alberto Fernández interrumpió todas las programaciones.
Durante doce minutos el Jefe de Estado dio prolija e inexpresiva lectura a un teleprompter suspendido bajo la cámara, pero nadie alcanzó a descifrar en qué consistía el anuncio que irrumpió con carácter de urgente en el prime time de la televisión. Hay quienes sospechan que solo quiso “robar cámara” como suele decirse en la jerga televisiva. Nadie quiere perderse el horario pico de las noticias.
Los más piadosos, no obstante, aseguran que solo pretendió prepararnos para lo que se ve venir : más de lo mismo. Otra vez sopa, si te querés cuidar: calzate el barbijo, lavate las manos y quedate en casa. De rastreos, testeos y vacunas, mejor ni hablar.
“Las vacunas están en China”, dijo sin hesitar Carla Vizzotti cuando en rueda de prensa le preguntaron por el cargamento de tres millones de dosis cuyo arribo estaba previsto para la semana que hoy termina. Según la Ministra, lo que se anunció fue solo la firma de un contrato. Faltan trámites y papeles.
Montada en un discurso inclusivo hasta la exasperación, tampoco sumó novedad alguna.
No descartó estirar los tiempos aplicando una sola dosis a más gente para avanzar en la emergencia. Menor cobertura inmunológica a cada vacunado pero la esperanza de evitar cuadros graves. También se encargó de desalentar los viajes al exterior, sumar atribuciones para disponer cierres y confinamientos parciales a los gobernadores e intendentes.
Horas después de que un avión de Aerolíneas Argentinas arribara al país con solo 333.000 dosis nuevas del primer componente de la SputnikV, la ministra no logró asegurar cómo, cuándo ni de dónde podría llegar una nueva remesa. Sí dejó en claro que el segundo componente de la vacuna rusa viene muy retrasado.
A razón de una capacidad de aplicación de 100.000 dosis diarias, una cantidad de la que se jactó en su última exposición Alberto Fernández, las ampollas recién llegadas alcanzan apenas para los próximos tres días.

Por Mónica Gutiérrez