El consumidor norteamericano es el que paga la guerra comercial
Las tarifas impuestas por Estados Unidos bajo una lógica mercantilista afectan principalmente al consumo interno y reavivan un modelo de intervención estatal que recuerda a la crisis de los años treinta

Dos argumentos circularon para justificar el aumento de las tarifas en EE.UU.
se sostenía que era una estrategia de geopolítica. Nunca entendí de qué se trataba esa estrategia. El argumento suena como algo importante, reservado para unas pocas mentes lúcidas, pero –como decía Ortega y Gasset– "la claridad es la cortesía del filósofo". Cero claridad en ese argumento.
Debe haber equilibrio en la balanza comercial entre los países. Donald Trump denuncia una supuesta competencia desleal.
En primer lugar, luce poco sensato pretender que todos los países tengan equilibrio comercial. Es una visión mercantilista que considera que exportar es bueno e importar es malo.
Recordemos que el mercantilismo fue una doctrina económica predominante en Europa entre los siglos XVI y XVIII. Su idea central era que la riqueza de una nación se medía por la cantidad de metales preciosos –oro y plata– que acumulaba. Para lograrlo, los gobiernos implementaban políticas que favorecían las exportaciones y restringían las importaciones, buscando siempre una balanza comercial superavitaria.
El concepto detrás de esta visión era que, con saldo comercial positivo, el país acumulaba oro y se volvía más rico.
Grosero error: la riqueza no está en el oro acumulado, sino en la cantidad de bienes y servicios a los que puede acceder la población con sus ingresos.
Que el Banco Central o el Tesoro del rey acumule oro no implica riqueza. Insisto: la riqueza son los bienes accesibles para la población. Lo otro es atesoramiento del Estado.
Pero hay otra lectura, muy intervencionista, que hace Trump del comercio internacional. Habla del saldo comercial entre países cuando, en realidad, son personas físicas y empresas las que comercian.
Que por cuestiones estadísticas se sumen todas las exportaciones e importaciones realizadas por empresas radicadas en un país no implica que el país exporte o importe. Ese razonamiento es claramente de espíritu socialista.
Cuando Trump asumió en 2017, afirmó en su discurso inaugural la necesidad de proteger las fronteras de Estados Unidos de los "estragos de otros países que fabrican nuestros productos, se llevan nuestras empresas y destruyen nuestros trabajos", asegurando que la protección conduciría a una gran prosperidad y fortaleza.
Trump sostuvo que las empresas estadounidenses que instalaron fábricas en el exterior para luego exportar a EE.UU. debían pagar aranceles
Por eso, durante su última campaña electoral, Trump sostuvo que las empresas estadounidenses que instalaron fábricas en el exterior para luego exportar a EE.UU. debían pagar aranceles. En cambio, si reinstalaban sus plantas en territorio estadounidense, serían protegidas por aranceles más altos y se les reduciría el impuesto a las ganancias.
Trump tiene una concepción del comercio similar a la que inspiró la Ley Smoot-Hawley durante la crisis del ‘30, firmada por el presidente Herbert Hoover en junio de 1930. Su objetivo inicial era proteger a agricultores y manufactureros estadounidenses frente a la competencia extranjera, elevando significativamente los aranceles sobre miles de productos importados.
Esto desató una guerra comercial: muchos países también subieron tarifas.
Según los datos disponibles, se produjo una contracción brutal del comercio internacional: entre 1929 y 1934, cayó más de 60%, lo que agravó la Gran Depresión tanto en Estados Unidos como en el resto del mundo.
¿Cómo reaccionó Argentina durante la crisis del ‘30?
De forma muy similar. En materia arancelaria, el país adoptó políticas más proteccionistas. En 1930, el arancel promedio era de 16,7% y subió al 28,7% en 1933, en un intento por proteger la industria nacional en un contexto de retracción del comercio.
Al igual que en EE. UU. con el New Deal, se establecieron regulaciones y controles. El Estado comenzó a intervenir en la economía, regulando mercados, fijando precios y controlando el comercio exterior.
Además, en 1931 se instauró un sistema de control de cambios para administrar las escasas divisas, algo similar al actual cepo. Se aplicaron múltiples tipos de cambio según el sector o el producto. El BCRA, creado en 1935, comenzó a intervenir en el mercado.
Por otro lado, se incentivó el crecimiento de industrias livianas –textiles, alimenticias y de bienes de consumo– y se implementaron licencias, cupos y permisos previos para importar.
Todo esto no solo remite al New Deal, sino también a muchas medidas actuales.
En síntesis, Trump, con su nacionalismo proteccionista, está desatando una guerra comercial que esperemos no alcance la profundidad de la crisis del ‘30. Las causas hoy son distintas, pero las consecuencias del proteccionismo que impulsa Trump podrían no serlo.
Por último, la precariedad del pensamiento económico de Donald Trump llega al punto de afirmar que, gracias al aumento de aranceles, crecerá la recaudación y eso hará más rica a la población. Tan limitado es su razonamiento que no comprende que quien paga los aranceles no es quien exporta a Estados Unidos, sino el consumidor norteamericano, que ve reducido su nivel de vida.
(InfobaE)