Elogio de la moderación

Algunos países crecen y prosperan, combaten con eficacia y sostenidamente la pobreza, tramitan civilizadamente sus pleitos internos, ven florecer las artes y las ciencias, la atención sanitaria no tiene privilegiados y la educación pública masiva y de excelencia modela ciudadanos ricos en saberes y virtudes. Frente a esa comprobación solemos preguntarnos por qué ellos pudieron y nosotros no. Como no hay mayor tentación que la de dar respuestas simples a las cuestiones complejas, ciertos discursos recurren al peor reflejo para explicar nuestra carencia: buscar -y encontrar- un culpable, el enemigo perfecto, razón primera y única de todos los males que padecemos.
No hay controversia acerca del inmenso daño social que se produce cuando un grupo de personas que comparten una misma condición -religiosa, racial o política- son señalados como responsables de lo mal que nos va, de las injusticias y pesares de nuestro cotidiano. Un país que así se incline, inicia una espiral de odio y rencor que termina indefectiblemente en decadencia y empobrecimiento.
Los países que han logrado tiempos luminosos y felices lo consiguieron cada uno a su manera. Sin embargo los que son atravesados por la desdicha e insatisfacción tienen un denominador común: una parte de su pueblo cree que será feliz si cancela a otra parte de la población. Ese camino lleva al fracaso de los países y a la desdicha de sus habitantes. Entonces, ya que sabemos que no hay fórmula segura del éxito, huyamos, al menos, del camino del seguro fracaso.
Las grietas internas en la sociedad no vienen dadas. Tampoco viene dado el sentido de comunidad. Ambas son construcciones y la confrontación lleva menos tiempo, dedicación y esmero que la concordia. Evitar la grieta no garantiza el advenimiento de una sociedad más próspera y justa pero alimentarla nos garantiza el fracaso.
Habitar una sociedad menos confrontativa es tarea de todos pero obligación de líderes en general y de la política en particular. En tiempos tan complejos, desafiantes y de tan marcada polarización, quien esté investido de algún tipo de representación debería atarse al mástil de la moderación y evitar a toda costa la falta de respeto al adversario, sean gobiernos u oposiciones.
En momentos de incertidumbre es bueno recurrir a la sabiduría de los clásicos: en “La Odisea”, Homero cuenta lo que hizo Ulises para no caer seducidos, él y su tripulación, por el fascinante y mortífero Canto de las Sirenas.
Advertido por Circe sobre el fatal atractivo de la voz de las sirenas, Ulises le pide a su tripulación que se tapen con cera sus oídos para no escuchar esas voces que los tentarán a arrojarse al mar. Él no se los tapa pero ordena que lo aten al mástil principal de la embarcación para, al oír a las sirenas, estar impedido de moverse.
Por Jorge Telerman