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opinión

El triángulo de las Bermudas

Los mercados deben entender que el que maneja la economía es el Gobierno”. Cuando Máximo Kirchner formuló esa advertencia, el dólar paralelo cotizaba a 178 pesos. Ayer llegó a 183. Entre ambos precios pasaron solo tres días hábiles. La brecha con el oficial llegó a 130%. El mercado todavía no entendió que la economía la maneja el Gobierno. O lo entendió demasiado bien. Ayer las casas de cambio del microcentro porteño fueron visitadas por la Gendarmería para controlar las transacciones informales. Estrategias que no se enseñan en Columbia.
Las medidas adoptadas por Martín Guzmán para detener la escalada del dólar en las operaciones de contado con liquidación provocaron un efecto inverso al esperado. La diferencia con el oficial era ayer de 120%. Los gerentes financieros de los bancos se asombran de que ese mecanismo ha dejado de ser un recurso de especialistas y es utilizado por clientes inexpertos. Por el pueblo, para honrar la sociología de Santiago Cafiero. El repudio al peso se generaliza. Los bonos reestructurados perdieron 30% de su valor desde que fueron emitidos. Las relaciones entre los miembros del equipo económico, en especial entre Guzmán y el presidente del Banco Central, Miguel Pesce, están hechas pedazos.
La crisis corroe al oficialismo en su intimidad. Cristina Kirchner y Alberto Fernández pasan semanas sin hablarse. La indiferencia de la vicepresidenta por la celebración del 17 de octubre fue interpretada en la Casa Rosada como un desaire personal. Muchos dirigentes, atemorizados por esta tensión, esperan una reaparición de la pareja para la conmemoración de la muerte de Néstor Kirchner, de la que el 27 se cumplirá una década. Los preparativos para ese relanzamiento son tan minuciosos que desnudan la dificultad de la conciliación.
El indicador financiero del desbarajuste económico es el precio del dólar libre. Su indicador político es la sistemática diferenciación de Sergio Massa. No solo de la errática marcha del Poder Ejecutivo. También de la acelerada radicalización de su amigo Máximo Kirchner y La Cámpora.
El presidente de la Cámara de Diputados es un socio clave de la coalición gobernante. Sobre todo, por un caudal de votos propios que se propone conservar. Un recaudo que no debe tomar el Presidente. Por eso, el propio Massa hace notar sus disidencias. Puso presión para acelerar el acuerdo por la deuda; denostó los ataques a los silobolsas; prometió el juicio político para los magistrados que liberaran presos por la cuarentena. Su último esfuerzo para distinguirse fue casi gracioso. Dijo: “Yo defiendo la propiedad privada, pero algunos de mis socios, no”. En otras palabras: dijo que él es capaz de asociarse con cualquiera, siempre que le permitan explicitar su desacuerdo.
La manifestación más relevante de esa pretendida autonomía ocurrirá a mediados de noviembre, cuando se realice una asamblea del Frente Renovador. Massa dudaba de celebrar esa reunión. Pero se decidió cuando Alberto Fernández aceptó convertirse en titular del PJ. El diputado quiere que se advierta que él no está bajo esa jefatura.
La vocación por distinguirse es parte de un plan menos definido, del que Massa habla solo con su círculo más cercano. Es la posibilidad de convertirse en quien salga al rescate del Gobierno. Esa aspiración anida en la fantasía de algunos de sus amigos empresarios. A ellos les gustaría volver a verlo al frente de la Jefatura de Gabinete, liderando un giro de la administración hacia el mercado.
Ese desembarco, sobre el que se especula en varios rincones del establishment, debería cumplir con dos condiciones indispensables. La primera, una aceptación de Alberto Fernández. En este contexto se entiende que, cuando le preguntan si podría ser jefe de Gabinete, Massa contesta: es un cargo del Presidente. La capacidad de Fernández para asimilar esa cohabitación entraña un par de enigmas. Uno muy inquietante: ¿qué conciencia tienen en el corazón de Olivos sobre la gravedad de la situación económica? Otro: si allí se impulsara un cambio general del gabinete, ¿sería para incorporar a Massa? ¿O se consolidaría una alianza con los gobernadores y los sindicalistas del PJ? Para muchos dirigentes oficialistas la celebración del 17 de octubre fue la liturgia preparatoria de ese giro, organizado por el tucumano Juan Manzur y el gremialista Héctor Daer. Manzur se sueña jefe de Gabinete desde que Fernández ganó las primarias. Pero no pudo levantar el veto de Cristina Kirchner, distanciada de él y de su principal padrino, Hugo Sigman.
La segunda incógnita de la hipótesis Massa, acaso más relevante que la primera, es si la vicepresidenta la impulsaría. Unas tres semanas atrás, ella habría deslizado esa posibilidad en una charla con el diputado. Estaban hablando de los riesgos electorales que plantea la dificultad para ordenar la economía. “Así perdemos 2023”, se alarmó la señora de Kirchner. Massa no la tranquilizó: “No, así perdemos 2021”.
El plan de un desembarco del presidente de la Cámara en el Poder Ejecutivo debe superar otros obstáculos. Massa pondría condiciones que, hasta ahora, son difíciles de aceptar por la vicepresidenta. Una de ellas es que Martín Redrado se haga cargo de Economía. Redrado todavía no consiguió que en el Instituto Patria olviden que, en el procesamiento de Cristina Kirchner, Axel Kicillof y, sobre todo, Miguel Pesce, en la causa del dólar futuro, Claudio Bonadio utilizó los argumentos que él ofreció como testigo. El economista ofreció sus explicaciones a Máximo Kirchner. ¿Hasta qué nivel deben caer las reservas para que esos pretextos sean aceptados?
La hoja de ruta del diputado y su entorno prevé una aceleración de la crisis. Dicho de otro modo: que el torbellino del mercado opere como una especie de “Jorge-Remes-Lenicov”, para después tomar el timón a lo Roberto Lavagna. ¿Sabrá que los mercados, librados a su histeria, son mucho más depredadores que cualquier ministro ajustador? A propósito de esta dinámica, Massa aspira a la bendición de Lavagna. Ya que no puede pedir la del papa Francisco, se conforma con la de ese obispo laico. Primero debería reconciliarse con Lavagna.
En el siguiente círculo concéntrico, Massa imagina un acuerdo con un ala de la oposición. Su principal activo es una vieja amistad con Horacio Rodríguez Larreta. Y un vínculo muy cercano con Emilio Monzó y Nicolás Massot. Tan cercano que hasta podría incluir una martingala electoral para Tigre. Estos canales de comunicación facilitarían un mínimo acuerdo parlamentario. No hace falta aclarar el impacto que este diseño tendría sobre las disputas internas de Juntos por el Cambio. En especial para la carrera de Mauricio Macri, quien aspira a un “segundo tiempo”. Massa sería para él un enemigo mucho más operativo que Cristina Kirchner. 
Por Carlos Pagni